Santa Ciríaca era hija de padres cristianos, Doroteo y Eusebia. Se le impuso ese nombre porque nació en domingo (en griego, ‘kyriakí’).
Ciríaca contendió en Nicomedia durante el reinado de Diocleciano, en el año 300.
Tras muchos y amargos tormentos fue condenada a ser decapitada, pero, habiéndosele concedido primero un tiempo para orar, lo hizo y entregó su santa alma en paz.