Santa Cristina era de Tiro en Siria, hija de un pagano llamado Urbano.
Iluminada en su corazón para creer en Cristo, rompió los ídolos de su padre, hechos de oro y plata, y distribuyó los trozos entre los pobres. Cuando su padre se enteró de ello, la castigó sin piedad, y luego la arrojó a la prisión.
Los gobernantes la sometieron a encarcelamientos, hambre, tormentos, el corte de sus pechos y lengua y finalmente el empalamiento en el año 200, durante el reinado del Emperador Septimio Severo.