La celebración litúrgica en la Iglesia Bizantina se nos presenta de una forma que tiene que ver con toda la vida del cristiano y le confiere un ritmo propio. En cada etapa del camino de la vida, en cada momento difícil, la Iglesia busca santificar a sus hijos con los sacramentos y con las oraciones. De este modo, la vida del cristiano no avanza según los días del calendario, sino según las festividades eclesiales y el tiempo terrestre o natural se transforma en parte de la Historia Sagrada, en Tiempo de Salvación.
Las celebraciones de la ortodoxia están estrechamente ligadas a los “ciclos del tiempo”, así encontramos tres tipos de ciclos: diario, semanal y anual.
El ciclo diario está formado por una serie de servicios litúrgicos que coinciden con un tiempo u hora determinada del día y que puede tener como su culmen la celebración de la Divina Liturgia. El ciclo semanal gira en torno al Domingo, que se dedica a conmemorar y celebrar la Resurrección de Cristo y se constituye en fuente de donde manan las gracias para los otros seis días.
Pero, de los tres tipos de ciclos, el más amplio y desarrollado es el ciclo litúrgico anual que llamamos Año Litúrgico. Comienza el 1 de Septiembre y tiene su culmen en la celebración de la Pascua. Está formado, como el semanal, además de las conmemoraciones diarias de los misterios del Señor, de la Santísima Virgen o de los Santos, por 12 Grandes Fiestas fijas en cuanto que tienen una fecha asignada en el año: 8 de septiembre: la Natividad de la Santa Virgen María, Madre de Dios; 14 de septiembre: se conmemora la Exaltación de la Cruz. Para este día, la Iglesia prescribe el ayuno estricto y en el templo se celebra un rito especial de adoración de la Cruz; 21 de noviembre: la Presentación de la Virgen María en el templo; 25 de diciembre: la Natividad de Cristo; 1 de enero: La Circuncisión del Señor; 6 de enero: el Bautismo del Señor (Epifanía); 2 de febrero: la Presentación del Señor; 25 de marzo: La Anunciación a la Virgen María, fiesta que San Juan Crisóstomo la llamaba la “raíz de las fiestas”; 24 de junio: La Natividad de Juan el Bautista; 29 de junio: La memoria de los santos apóstoles Pedro y Pablo; 6 de agosto: La Trasfiguración del Señor; 15 de agosto: La Dormición de la Santísima Madre de Dios.
Y existen además cuatro grandes fiestas en honor del Señor, que son de carácter movible pues van unidas al misterio de la Resurrección: La Entrada de Jesús en Jerusalén (Domingo de Ramos); El glorioso día de la Resurrección del Señor (Pascua); El luminoso día de la Ascensión de Jesús al cielo y El descenso del Espíritu Santo (Pentecostés).
Adicionalmente tenemos algunas fechas o períodos importantes durante el año: 1 de octubre: la Protección de la Virgen María. El 15 de noviembre: se inicia el ayuno navideño, que precede a la más importante festividad de las consideradas fijas: la Natividad y el Bautismo del Señor. Y la última de las grandes festividades del año es la Decapitación de Juan el Precursor y Bautista que se celebra el 29 de agosto y se caracteriza por ser día de ayuno estricto.
Por último podemos mencionar que revisten también gran importancia la fiesta Titular de la Iglesia, Monasterio o Ciudad que ya no son de carácter general sino particular o local.
Todo el Año Litúrgico, es pues, el medio como la Iglesia al presentarnos los principales misterios de nuestra redención nos recuerda que además de tener la verdadera fe, y de celebrarla con acciones de culto, estamos llamados a dejarnos iluminar y transformar por cada uno de los misterios que celebramos, y que por nuestra vida, por nuestras obras, todos den gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.