lunes, 15 de junio de 2009

"La actual crisis religioso-espiritual y la Ortodoxia". Artículo de S.E. Policarpo de España y Portugal


Trataré el tema de la crisis religiosa y espiritual que atraviesa el mundo presente, desde el punto de vista de la  Ortodoxia a la que represento.

La palabra griega "crisis" reina en el horizonte mundial. De hecho, todo el mundo habla de crisis económica y olvidan, o quieren hacer olvidar, que esta crisis no es otra cosa que una consecuencia en el sector económico de la gran crisis espiritual y moral que, desde hace años, atraviesa la humanidad.

Por "crisis religiosa" entendemos una situación en la cual las seguridades religiosas, creídas hasta hace poco, se han puesto en discusión, y aún más, negadas. Este fenómeno, tiene incluso su aspecto positivo, porque ayuda, en cierto modo, a actualizar y poner en evidencia la práctica de la fe. Sin embargo, en la mayoría de los casos se acaba por corromper e impedir aquella fe que se quiere purificar y volver más evangélica.

Si observamos la historia de la Iglesia encontramos el fenómeno de la crisis repetido muchas veces. Muchas y duraderas son las épocas de las crisis. Por ejemplo, si echamos una ojeada a la antigüedad cristiana, cuando el Cristianismo era todavía indiviso, vemos que, de pronto, nacen movimientos heréticos. Tras las grandes herejías responsables de las divisiones de la Cristiandad emerge, con duración en el tiempo y en la difusión, la herejía arriana. Esta herejía, promovida por el sacerdote alejandrino Arrio (256..336), es, de alguna manera, importante incluso hoy. ¿Por qué? En no pocos sectores del Cristianismo actual existe una real o latente tentación de representar a Cristo únicamente en su realidad humana, olvidando totalmente u ocultando su realidad divina. En este sentido, son muchas las tentaciones arrianas que atraviesan. El Cristianismo actual, como subrayó en su tiempo, un conocido arzobispo y teólogo católico italiano, el. Cardenal Giuseppe Siri de Génova, en su obra "Getsemaní". Las herejías cristológicas son una real expresión de crisis; es decir, de una mala comprensión de la verdad, toda entera, sobre Cristo; de rechazo de una parte de esta verdad. Además, en la visión ortodoxa, la herejía no es simplemente una crisis que deriva de una mala comprensión filosófica o intelectual de la verdad cristiana. La teología ortodoxa nace de un modo de vivir en Cristo, no sólo de una manera de pensar. En este sentido, no nos debemos maravillar si notamos las observaciones de un San Atanasio el Grande, por las cuales la herejía arriana, latente en ciento sentido también en el mundo cristiano actual, nacía a causa de un ánimo moral y espiritualmente enfermo, no simplemente de un pensamiento equivocado (vee Nikos A. Matsoukas, "Teología dogmatica e simbolica ortodossa", 2, Dehoniane, Roma 1990, p. 129). La auténtica raíz de esta errónea interpretación y de la crisis que de ella nace es, pues, una enfermedad espiritual. Por ello la Ortodoxia vincula estrechamente la espiritualidad y la teología. Por el mismo motivo San Gregorio Nacianceno exhortaba: "No a todos, queridos míos, compete hablar de Dios, no a todos: no se trata de una capacidad que se adquiere a bajo precio, ni que pertenece a cuantos proceden sin desarraigarse de la tierra. [...] No compete a todos, si no a aquellos que se han ejercitado y han hecho progresos en la contemplación y que, antes que nada, han purificado el alma y el cuerpo, o, más exactamente, los purifican. Quien no es puro, no puede, sin peligro, venir a tomar contacto con la pureza, como el rayo del sol, no puede sin daño penetrar ojos enfermos" (Gregorio Nacianceno, "Oración 27", II).

Así pues, las interpretaciones erróneas y heréticas son enfermedades espirituales. La Iglesia como cuerpo viviente ha estado siempre probada por la enfermedad. La duda, la negación de la fe y las interpretaciones erróneas son enfermedades que hacen sumir a todo el cuerpo y provocan la crisis. En la Iglesia, ninguna parte del cuerpo puede calificarse de ausente o desinteresada de las otras partes, porque "si un miembro sufre, todos los miembros sufren juntos y si un miembro es honrado todos los miembros se gozan en él' (1 Cor 12,26).

La crisis religiosa y espiritual que atraviesa nuestra época, nacida, fundamentalmente de un indiferentismo difuso, nos afecta a todos y a todos nos hace sufrir. El mundo ortodoxo no se puede considerar más afortunado que el católico o protestante y ninguna de las tres confesiones puede sentirse aliviada porque cualquiera de las otras esté más afligida. Este sufrimiento debe interpelar profundamente a cada uno sobre su manera de vivir a Cristo. Por otra parte, creo que es inútil denunciar el vacío de valores que caracteriza a las generaciones actuales. Si la juventud de hoy no tiene los valores que tenía aquella de alguna decena de años antes, la culpa no es imputable únicamente a una evolución de las costumbres, o a una permisividad legislativa a nivel del Estado. Quizás, los jóvenes no tienen estos valores por que no los han encontrado, y para encontrarlos, según las enseñanzas de San Gregorio Nacianceno, que caracterizan toda la Ortodoxia, no solamente es necesario hablar de ellos, si no, más importante, vivirlos. La crisis de los tiempos actuales no es un fenómeno completamente nuevo, aunque se presenta con trazos y modos típicos de los tiempos presentes. El indiferentismo hacia las verdades religiosas y espirituales, hay que decirlo sinceramente, ha penetrado hoy bastante en las instituciones eclesiásticas, y, de nuevo hay que decirlo sinceramente, que estas últimas tienen la culpabilidad por esta cosa. Los porcentajes son diversos, pero siempre ha existido el indiferentismo. La Ortodoxia es consciente de ello y sus hombres espirituales, como por ejemplo los monjes del Monte Athos, son muy conscientes y lo notan, que cuando toda la sociedad se hunde, también la calidad del monacato, el sector en el se cultiva por excelencia la espiritualidad ortodoxa, se resiente.

El famoso "Relato del Peregrino Ruso" del siglo XIX muestra como el peregrino tuvo que atravesar muchos sitios e interrogar a muchos sacerdotes y monjes antes de recibir una respuesta espiritual que lo tranquilizase. El peregrino, ansioso de practicar la "oración continua mística del corazón" y entender su sentido, encontró, por fin, a un obispo que se burlaba abiertamente de su búsqueda espiritual. Siendo un fenómeno general, también hoy en la Ortodoxia, podemos encontrar fieles y eclesiásticos que padecen el mal presente, es decir, que las personas no se ofrecen totalmente a Cristo, si no que prefieren vivirlo formalmente, asumiendo como modo de ser el mundano, la gloria del mundo presente, no las promesas del Evangelio. Admitir esto no debe de extrañamos, al contrario, pienso que nos señala el cambio de dirección. Sólo admitiendo la enfermedad se puede comenzar la curación. El problema para todos los cristianos, en general, no está tanto en tener problemas en la Iglesia, males que derivan siempre de un excesivo atractivo por el mundo, si no en no saberlos reconocer y en no triunfar para no admitidos. Por otra parte se olvida lo que dice San Juan Crisóstomo: que la Iglesia es un Hospital, el único hospital que tiene los medios de curación y del cual los enfermos salen curados. Cristo mismo es el gran Médico de todas las enfermedades corporales y espirituales. Cristo quería ser puesto por encima de todo, incluso de nuestros padres que son las personas más queridas por nosotros (cfr. Mt 10, 37). ¿Que diría si viera a nuestros fieles y sacerdotes encadenados al mundo y amantes de ello? Seguramente diría lo mismo que dijo al siervo temeroso, el cual, recibiendo un talento, en lugar de multiplicarlo, lo enterró por miedo al amo (cfr. Mt 25,26).

Cuanto he descrito hasta ahora es, sin embargo, parcial. Para tratar de comprender el mundo ortodoxo y su modo de reaccionar contra las crisis, es necesario, exponer algo muy importante. El mundo ortodoxo se caracteriza por mantener el concepto de "Tradición" (Παράδοσις), entendiendo por" Tradición" una vida evangélica que se trasmite desde los Apóstoles, con enseñanzas y obras, de generación en generación. Para estimular y contribuir en modo determinante esta transmisión están los testimonios de fe particulares, los hombres que, viviendo el radicalismo evangélico se convierten en una especie de evangelios vivientes: "oί πνευματικοί" los padres espirituales. Son ellos por los cuales el Apóstol Pablo escribiendo a su discípulo Timoteo, obispo de Éfeso,  lo exhorta para ser "τύπος" (modelo) de los fieles, es decir ejemplo viviente con su palabra, comportamiento, amor, fe y vida pura (cf. 1 Tim 4, 9-15). El padre espiritual puede ser un sacerdote, un monje, un laico o una laica, como ocurría también en Occidente en el Alto Medioevo. Es en una persona de este tipo que se conserva y se transmite el “ethos": el modo de ser de la Iglesia; un modo de ser que privilegia el aspecto carismático pero sin contraponerse al institucional.

Para ser más claro pondré un pequeño ejemplo. En un período de gran decadencia de la Iglesia Ortodoxa a causa del yugo otomano en el siglo XVIII, surge un gran padre espiritual, San Cosme de Etolia. Nacido en 1714 tras haber vivido muchos años como monje en el Monte Athos, quedó consternado por la falta de conocimiento del Evangelio entre los cristianos Ortodoxos. Obtuvo del Patriarca Ecuménico de Constantinopla Serafín II la bendición para una predicación itinerante que correspondía al área de la actual Grecia Occidental y Albania del Sur, fundando escuelas y estimulando continuamente a los cristianos de entonces. Su auditorio no se componía sólo de cristianos, sino que también acudían musulmanes. Tuvo la fama de gran santidad y trabajó siempre con la bendición de los obispos locales y el permiso de las autoridades turcas. Sus predicaciones contra la deshonestidad lo hizo odioso a un grupo de hombres que lo denunciaron falsamente a los turcos. Estos lo ahorcaron y arrojaron su cuerpo en un rio albanés el 24 de agosto de 1779. Hasta hoy sus santas reliquias obran milagros. Este ejemplo de hombre carismático, que la Ortodoxia lo ha calificado "Isapóstol', es decir "igual a un Apóstol', ha sido como la levadura que ha hecho fermentar toda la pasta, según la cita evangélica. Su predicación no se movía a instancias puramente moralizadoras, sino que nacía de un gran amor, que el santo se nutría de Cristo, y de su deseo de ver a Cristo vivir en todos los hombres. Estas personas son de una importancia fundamental para el mundo ortodoxo sobrepuesto muchas veces a decadencias y crisis como todas las realidades humanas. Estos son auténticos guías porque relacionan el mundo presente con el mundo futuro; son auténticas ventanas abiertas al Paraíso, como muchos notaban viendo, por ejemplo, la cara luminosa de San Serafín de Sarov (1759-1853), el cual, sólo a los sesenta y seis años, tras haber pasado la vida en el monasterio y en el desierto, salió definitivamente de la soledad para acoger y aconsejar a quien lo deseaba. San Serafín de Sarov es la corona de una serie de grandes padres espirituales, los cuales desde finales del siglo XVIII hasta comienzos del siglo XX eran el único refugio, apoyo y consuelo de un pueblo que vivía en un estado y una sociedad en decadencia, cosa que reflejó magistralmente en sus libros el famoso escritor Feodor Dostoievski.

Lo que representan estos hombres espirituales no es tanto un modo convincente de explicar el Evangelio, cuanto una percepción de la realidad futura. A veces un hombre espiritual dice pocas cosas o es de una cultura elemental, como lo era el Venerable Paisios del Monte Athos (1924-1994), pero, sin embargo, capaz de infundir una fuerza tal de iluminar de un modo muy profundo, de impresionar y convertir los corazones de los hombres. Personajes totalmente paradójicos y para nosotros extraños eran los "locos de Dios" en la Rusia precedente a la Revolución Bolchevique. Estos últimos representan el trastorno de toda nuestra lógica y de toda tentación por nuestra parte de hacer lógico el Evangelio desde el momento que el amor hacia Dios puede exigir también decisiones verdaderamente poco lógicas para la mentalidad mundana. Por este motivo, para nosotros los ortodoxos, la verdadera crisis nace cuando faltan o no tenemos contacto con estas personalidades que se sumergen en la “alógica lógica” espiritual y en la vida divina (théosis). La crisis nace, antes que nada, a nivel del espíritu porque ya no tiene fuentes en que beber, de los atentos intérpretes de la vida espiritual, no a nivel de la razón. Por ello, las observaciones, incluso interesantes, que en su tiempo hacía Simone Weil sobre la crisis del Cristianismo, incapaz de responder a las instancias de la razón, no representan para nosotros los Ortodoxos, el verdadero nudo del problema. Esta famosa hebrea, política francesa, convertida al Cristianismo notaba que el Cristianismo Occidental estaba expuesto a una crisis porque, por ejemplo, la mentalidad científica terminaba prevaleciendo sobre la mentalidad cristiana, las razones de la ciencia tenían la primacía sobre las de la fe. El cristiano permanecía, como tal, sólo una hora a la semana, cuando acudía a Misa y para el resto del tiempo estaba dominado por la mentalidad científica. (Ver Simone Weil, "L’enracinement. Prelude a une declaration des devoirs envers l’être humaine", Paris, Gallimard, 1949, p. 212).

La Iglesia Ortodoxa se basa en un fuerte concepto de "Tradición". Por ello cuando viene a menos uno de sus elementos más fundamentales, el hombre carismático, nace el verdadero problema, la verdadera crisis. En el hombre carismático existe una compenetración real entre el Paraíso y este mundo y esto tiene infinitas consecuencias prácticas, pudiendo dar una respuesta a todos los problemas, incluidos los ambientales y ecológicos. No es extraño que la Ortodoxia, con su Primado el Patriarca Ecuménico Bartolomé 1, tan sensible a los problemas de orden ecológico, se apreste en proponer una respuesta frente a los problemas y los desastres ambientales, haciendo observar la experiencia de los hombres carismáticos ortodoxos.

El hombre carismático no tiene una comprensión individualista, ni moralizadora, ni legal del Cristianismo, sino que está animado por un profundo "eros" divino por todo el mundo. En el momento en que faltan personalidades de este tipo se cierra una ventana de comunicación con el Paraíso y nos quedamos solos, iluminados únicamente por nuestra razón humana. Sin un estímulo realmente eficaz solo nos podemos agarrar a nosotros mismos y la Iglesia entra en crisis porque se instauran formas puramente individualistas, moralistas y legalista-religiosas que vacían de sentido el mismo Cristianismo y alejan las personas de la Iglesia (Ver las observaciones afiladas del Prof. Christos Yannarás en su libro: "Virita e Unita della Chiesa", Servitium, Sotto il Monte 1997).

Ciertamente, la crisis en el mundo ortodoxo, viene dada; también en sus recientes vicisitudes históricas y sociales, por el hecho de dar más importancia a una presunta redención económica que a la redención de Cristo, creer más en nosotros mismos que en la experiencia de la Iglesia. Pero, fundamentalmente, esta crisis se da por el hecho que en nuestra época comienzan a ser menos los grandes espirituales que había hace algún decenio. Cristo, para tocamos necesita de la contribución de los hombres y de hombres especiales. Dios para salvar la carne humana necesita otra carne humana redimida, porque la fuerza divina se vehicula en el canal de la humanidad: "Caro salutis cardo", la carne es un camino para la salvación, decía en su tiempo el latino Tertuliano (Tertuliano, "Sobre la Resurrección de los muertos", VVV, 6-7).

Sin un canal de conducción las reservas de agua se acaban poco a poco. Análogamente, sin hombres espirituales las personas siempre se secan más en el espíritu y colocan las cosas espirituales en el mundo de los mitos o en la pura fábula. Así la verdadera razón de la actual crisis, que comienza a sentirse también en el mundo ortodoxo, es la falta de santos, de hombres que participan de la Luz Divina del único y verdadero Santo: Jesucristo. La crisis, para nosotros los Ortodoxos, no se supera tanto con una mejor organización, una mejor comprensión cultural del mundo actual, una manera mundana de atraer o seducir a las personas. Se supera creando, antes que nada, las condiciones para que nuevos santos puedan aparecer en la tierra.

Centre d’Estudis Jordi Pujol, seminario ‘Religiones y espiritualidad en un mundo en crisis’
Fuente: Arzobispado Ortodoxo de España y Portugal (Patriarcado Ecuménico)