domingo, 28 de febrero de 2010

Visita de los Arcontes del Patriarcado Ecuménico a Madrid

En la mañana del 28 de febrero de 2010, Domingo del Hijo Pródigo, una delegación de la Orden del Santo Apóstol Andrés de...

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jueves, 25 de febrero de 2010

"Limosna y filantropía en la Iglesia. La comprensión teocéntrico-eclesial de la solidaridad social". Artículo de S.E. Policarpo


Parámetros bíblicos sobre el tema  

La investigación ha demostrado que el término “limosna”, del griego ἐλεημοσύνη, era desconocido en la literatura griega antigua. La Traducción de los Setenta usa el término para designar la obra filantrópica y la recompensa de Dios hacia el hombre. La limosna de Dios hacia el hombre, además, constituía el modelo para la limosna del hombre hacia su prójimo. Este último concepto de limosna, sin embargo, se presenta en el Antiguo Testamento como una práctica religiosa y no simplemente social.

La dimensión religiosa de la limosna aparece, en principio, por la Ley divina. Pero el interés reside igualmente en la relación de la limosna con la vida litúrgica de Israel. A ello insta la Ley durante la celebración pascual, y a ello anima Tobit a su hijo a hacer durante la celebración de Pentecostés. Ello, también, es testimoniado en la ceremonia de restablecimiento del Arca de la Alianza por David, durante el acto de celebración de los ácimos en Jerusalén, reinando Ezequías, y durante la celebración del “día santo” en tiempos de Esdras. En todos los casos mencionados de limosna durante la celebración de un evento cultual dominarían, seguramente, las afirmaciones de los Proverbios: “Presta a Dios, quien se apiada del pobre; y según su dádiva, se le retribuirá… Quien da a pobres, no carecerá de nada” (Prov. 19, 17 y 28, 27) y de la Sabiduría de Sirac: “Fuego inflamado extinguirá el agua; y la limosna expiará los pecados… Encierra limosna en tus recámaras, y ella te sacará de todo mal” (Sir. 3, 30 y 29, 12).

Por ello el caritativo “es bienaventurado” y abastecido con la seguridad de que Dios “no apartará de él su rostro”. La relación, pues, entre las ceremonias litúrgicas y la limosna en el Antiguo Testamento se empapa, evidentemente, de la convicción de que “el que hace limosna” ofrece a Dios “sacrificio de alabanza”. Esta verdad se pasa al Nuevo Testamento, en el cual se declara que la limosna hacia el prójimo constituye una de las causas de “gloria del Señor” (2 Cor. 8, 19).

En el Nuevo Testamento, sin embargo, se adopta también el sentido general de la caridad, de acuerdo con la terminología veterotestamentaria: “Hacer limosna” y “dar limosna”, significados que se aproximan más a la literatura rabínica. En ambos los casos la limosna es relacionada con la oración, la cual completa y refuerza, tal y como resalta el Apóstol Pedro al centurión Cornelio. Este testimonio, sin embargo, sobre las limosnas de Cornelio, las cuales “subieron como memorial en el acatamiento de Dios” (Hechos 10, 4) – (es decir, para que Dios no se olvidase de Cornelio) – evidencia un marco litúrgico preciso. Además de ello, también la expresión “delante de Dios” en el Nuevo Testamento remite a un marco de oración.

Dentro del marco bíblico-teológico mencionado, no sorprende la declaración del Apóstol Pablo sobre que la limosna constituye un “servicio sagrado” (“λειτουργία”) el cual “se desborda en múltiples hacimientos de gracias a Dios” (2 Cor. 9, 12). Esta terminología es evidentemente cultual y no dista de la relación veterotestamentaria entre limosna y ceremonia ritual. Por otro lado, no se ha de considerar trivial el hecho de que la enseñanza del Señor sobre la verdadera limosna antecede a Su enseñanza sobre la oración, mientras que también el Apóstol Pablo se refiere a la relación de “misericordia hacia Su pueblo” con la “oblación”, es decir, el sacrificio en el templo.

La relación entre la limosna y el culto a Dios no es la única herencia del Antiguo Testamento sobre el tema de la solidaridad con el prójimo: La correspondencia hacia Dios y la creación de “tesoro en el cielo” son vertientes de la enseñanza del Señor sobre la limosna, las cuales “traspasan” al Nuevo Testamento los correspondientes significados veterotestamentarios, y es seguro que denotarían la obra filantrópica de la Iglesia cristiana.

La falta de espíritu misericordioso y filantrópico es reprobada por el Apóstol Pablo cuando, principalmente, se manifiesta con ocasión de la “cena del Señor”: la Divina Eucaristía. Este testimonio exige una atención especial, porque evidencia que el Apóstol esperaba de los destinatarios de su Epístola que mostrasen su filantropía especialmente y en concreto durante esta circunstancia. Es por ello que protesta duramente al observar que la ejecución de la Eucaristía se acompaña de falta de espíritu filantrópico.

Divina Eucaristía y filantropía

Los testimonios de los Hechos sobre el tema de la limosna y la filantropía se condensan en las conocidas declaraciones sobre la propiedad común. Merece especial atención, sin embargo, la constatación de una cohesión entre la Divina Eucaristía y la propiedad común: “Y todos los que habían abrazado la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común” (Hch. 2, 44). El Apóstol Pablo revela que la sinaxis de los creyentes “en un mismo lugar” explica evidentemente el marco temporal, dentro del cual se desarrollaba la acción filantrópica de la recién constituida Iglesia: El testimonio de que los bienes “los ponían a los pies de los apóstoles” no es posible que remita a ninguna otra reunión – en presencia de los Apóstoles – que no fuera la Divina Eucaristía. Sabemos que la primera comunidad cristiana de Jerusalén se reunía a diario alrededor de la misma mesa: “Unánimemente… partiendo el pan… tomaban el sustento con regocijo y sencillez de corazón” (Hch. 2, 46). El sentido de la unión durante la sinaxis eucarística es resaltado con el término “comunión” (κοινωνία). Los primeros cristianos “perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch. 2, 42).

Estos testimonios remiten a la celebración de la Divina Eucaristía por los primeros cristianos, de acuerdo con la “cena del Señor”, del cual procede la terminología eucarística de la “fracción del pan”. Paralelamente, sin embargo, estos primeros testimonios eucarísticos revelan también el carácter social de la “fracción del pan”, es decir, del ofrecimiento de alimento hacia los muchos miembros pobres de la Iglesia cristiana primitiva. En efecto, a los problemas surgidos en concreto durante las sinaxis se refiere el pasaje Hechos 6, 1: la “murmuración de los helenistas” porque, en el transcurso de las sinaxis eucarísticas diarias, los cristianos hebreos no atendían como debieran a las viudas de los helenistas en el suministro de los alimentos.

Esta práctica eucarística de la asociación entre la “fracción del pan” y la ayuda social para los pobres era el equivalente a la hebrea del “plato del pobre”, el cual compartían a diario, y la “cesta del pobre”, la cual compartían los viernes de cada semana, es decir antes de la celebración del sábado. Observamos, pues, que en la Iglesia cristiana primitiva de Jerusalén, la Eucaristía marchaba a la par de la ayuda social, hecho que se relaciona con prácticas equivalentes del Judaísmo. La diferencia reside en el cambio de día: Para la Iglesia cristiana, la relación de la Divina Eucaristía con la “cena de caridad” (la comida para los pobres) no se realiza el día anterior al sábado, sino el domingo, en el cual, por otro lado, se realizaba también la “colecta” (λογία) de la Iglesia (1 Cor. 16, 2).

Los testimonios citados de los Hechos iluminan la forma de realización de la filantropía en la Iglesia Apostólica. Consideramos, de hecho, que esclarece el testimonio sobre limosna de la Epístola Católica de Santiago, una epístola que parece que estaba dirigida a la sinaxis litúrgica. La “obra” de la limosna queda exceptuada como el suplemento imprescindible, de tal manera que la fe no resulte “muerta”. Y no es causal el paradigma de “fe acompañada de obras”, el cual menciona el escritor de la epístola: Que Abrahán “fue justificado” ofreciendo a Isaac su hijo sobre el altar. La adición de la limosna en conjunción con una praxis de culto a Dios ciertamente no es casualidad.

En la Epístola a los Gálatas, el Apóstol Pablo hace referencia a la decisión del Sínodo Apostólico de Jerusalén (48/49 d.C.) de que los pobres fuesen ayudados, añadiendo que “se esmeró en hacerlo”. Se sobreentiende que Pablo interpreta esta decisión no como un compromiso personal, sino como una obra precisa para todo el cuerpo eclesiástico. Esta obra, no obstante, no constituye una simple iniciativa social de la Iglesia primitiva. San Pablo lo llama “servicio sagrado” (vid. arriba), pero también “comunión” de los misericordiosos con aquellos que alcanzan la misericordia. Y el significado de “comunión” remite a una unidad más profunda, la cual no salvaguardan las relaciones humanas diarias, sino la fe común, tal como se expresaba en la vida religiosa de estas primeras comunidades eclesiásticas. El Apóstol Pablo utiliza una sola vez el término de “colecta” significando la obra filantrópica de las Iglesias de Galacia e Corinto. Se trata de un término desconocido en los Setenta, el cual sin embargo aparece en papiros con el significado de “filantropía religiosa”, la filantropía que se muestra entre los miembros de un conjunto social. Parecidos testimonios existen sobre el entorno religioso del Judaísmo de la Diáspora. Digno de mención, no obstante, es el testimonio del citado texto paulino sobre el tiempo de realización de la “colecta”: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros reserve en su poder y vaya atesorando lo que lograre ahorrar, no sea que cuando llegue yo, se hayan de hacer entonces las colectas” (1 Cor. 16, 2).

El consejo del Apóstol de reunir el dinero “durante los domingos”, de tal forma que la colecta no sea hecha precipitadamente, remite a la sinaxis litúrgica del domingo, es decir, a la realización de la Divina Eucaristía. Durante, pues, de la sinaxis eucarística dominical se manifestaba la obra filantrópica de la Iglesia primitiva. Y como resalta San Juan Crisóstomo, interpretando en citado fragmento del Apóstol, la disposición a la realización de la “colecta” ese día en concreto sería mayor en razón de la “comunión de los sobrecogedores e inmortales sacramentos” (San Juan Crisóstomo, Comentario a la Epístola a los Corintios, MPG 61, col. 368).

Este marco litúrgico de realización de la limosna justifica la terminología paulina sobre la citada acción filantrópica: “servicio sagrado” (λειτουργία), “comunión” (κοινωνία), “ministerio” (διακονία), “bendición” (εὐλογία), “gracia” (χάρις) y “fruto” (καρπός). Estos términos remiten probablemente a un marco religioso y no jurídico. Por esto, tal vez, el Apóstol utiliza tan sólo una vez el término “colecta” (λογία), término que es básicamente jurídico. Por otro lado, a la gracia de tomar parte en este socorro destinado a los santos (es decir la “colecta”, 2 Cor. 8, 4), San Pablo lo llama “bien acogida” (εὐπρόσδεκτον), terminología que muy probablemente se aviene al significado del sacrificio litúrgico. Pero también en la Epístola a los Hebreos, el Apóstol proclama que la “beneficencia” (εὐποιία), es decir la atención filantrópica, constituye “sacrificio”, con el cual “se complace Dios”. La misma sacralidad sobre aquél que realiza la obra filantrópica se expresa en el caso de Epafrodito, el cual es llamado “empleado en atender la necesidad” del Apóstol Pablo.

Todos los testimonios citados demuestran que la “colecta” de las Iglesias de los Gentiles para la Iglesia-madre de Jerusalén no era solamente una forma habitual de filantropía social, sino que muestra el más profundo misterio de la Iglesia. Este ofrecimiento fue un “sacrificio de alabanza” hacia Dios, una ocasión de doxología eucarística a Él por Su gran beneficencia de aceptar a los Gentiles en Su Santa Iglesia.

El carácter teocéntrico-eclesial de la solidaridad social

El Cristianismo, como es sabido, no se dirige solamente a la mente del hombre, sino a toda su existencia. Por ello la fe cristiana no se limita a la aceptación de las verdades del Cristianismo, sino que incluye también su transformación en hechos y vida. La fe estéril e improductiva es caracterizada en el Nuevo Testamento como demoníaca: “También los demonios creen y se estremecen” (Sant. 2, 19). La verdadera fe cristiana se manifiesta con obras de caridad (Gál. 5, 6) y el ejercicio de esa caridad, como aplicación del contenido de la fe, constituye un distintivo fundamental de la vida cristiana.

Así pues, la caridad en el Cristianismo no se entiende como simple manifestación sentimental, sino como correspondencia al amor de Dios, que se hizo hombre, y como deuda al prójimo, que es imagen de Dios. Esta caridad se refiere a todo el hombre. Por ello, el apoyo en las necesidades materiales del prójimo constituye una manifestación obvia de la vida cristiana y consecuencia de la virtud de la filantropía.

Filantropía es el conjunto de actos y medidas tomadas, con los cuales se alcanza y sana el infortunio o la miseria personal o de grupo, material, ética o espiritual. Condición espiritual de la filantropía es el convencimiento sobre el que los hombres están obligados a ayudar al prójimo, el cual la necesita.

La filantropía se ha presentado a lo largo de los siglos en variadas formas. En el tiempo anterior a Cristo estaba poco desarrollada y la ejercía principalmente el Estado o también los ciudadanos.

El Cristianismo como religión, abierto a la asimilación de todo bien, tomó bastantes elementos del espíritu griego, y junto a las costumbres hebreas desarrolló su propia ética, la cual fue esencialmente teocéntrica. La filantropía resultó ser una virtud, la cual principalmente aspira a imitar la postura de Dios, más que como manifestación de sentimientos humanitarios o de compasión hacia los necesitados. La caridad cristiana, hacia la cual se aproxima el sentido antiguo de la filantropía, tomó un sentido más religioso en la Iglesia de los primeros siglos. La enseñanza que estableció el carácter teocéntrico de la filantropía fue la predicación del Señor “el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mc 10, 45/Mt 20,28). Así, el filántropo se convierte en siervo de Dios, como Dios tomó forma de siervo. Dios no manifestó su amor para el hombre por criterios egoístas, sino para que éste pudiera ser salvado. En ello se halla la base del altruismo, de la caridad desinteresada, de la filantropía cristiana.

El Señor enseñó a sus discípulos a amarse los unos a los otros, así como Él los amó (Juan 15, 12). Dios es el modelo y la creación ha de imitar a su Creador. De acuerdo a las palabras de Jesús: “Un nuevo mandamiento os doy: Que os améis unos a otros como yo os he amado; que también vosotros os améis mutuamente. En eso conocerán todos que sois discípulos míos, si os tuviereis amor unos a otros” (Juan 13, 24-35).

La predicación sobre el amor universal se convierte en la contraseña de los discípulos de Cristo y la piedra fundamental de la Iglesia primitiva. No constituía simplemente un concepto teórico abstracto, sino una virtud aplicada. Los creyentes son instados a ejercer la limosna hacia los necesitados, los extranjeros y los huérfanos, y a desarrollar el sentimiento de igualdad y justicia social y racial. El ejercicio de la filantropía no había de ser resultado de presiones, intenciones o criterios egoístas, sino fruto de la libre voluntad. Este concepto revolucionario sobre la filantropía inspiró entusiasmo por la realización de obras de caridad y se materializó con la instauración de múltiples fundaciones.

Además, la filantropía aspiraba a satisfacer no solamente al propio hombre caritativo, sino mayormente a la fuente misma de la filantropía: a Dios. La filantropía cristiana abrazó a todos los hombres, puesto que el hombre es la suprema creación de Dios. La diferencia entre el mundo antiguo grecorromano y el Cristianismo era que el primero consideraba al hombre básicamente como un ser social y político, mientras que el segundo como imagen de Dios el cual, como el hijo pródigo, fue llamado nuevamente a la casa del su padre a través de la filantropía del único verdadero filántropo por excelencia: Jesucristo.

La Iglesia Apostólica organizó instituciones filantrópicas y se ocupó de los pobres, de las viudas y de los huérfanos. Organizaba comidas comunes, y los cristianos impulsaban su ayuda para ellos, así como para con otros, en la Iglesia local. Creían ser miembros vivientes de un mismo cuerpo. El concepto de la caridad había tocado las almas de los creyentes en tal grado, que la filantropía activa se hizo tarea de todos. A los pobres se les consideraba, tal como mencionan los Cánones Apostólicos: “templos de Dios”, y fue introducido el sistema del diezmo, de tal modo que la Iglesia tuviera reservas suficientes para realizar su misión filantrópica. Los miembros de la Iglesia eran alentados a ofrecer los primeros frutos de sus cosechas, los llamados “aparjés” (ἀπαρχές), para los pobres.

La filantropía cristiana se institucionalizó muy pronto y el Obispo era responsable de tareas de organización para la filantropía de la Iglesia. Había que mostrar a los huérfanos el cuidado del padre, a las viudas la atención y la protección de los maridos, compasión a los discapacitados, ofrecer refugio a los extranjeros, alimento a los hambrientos, agua a los sedientos, visitar a los enfermos, ayudar a los presos.

La Iglesia fundó una gran tradición de obras filantrópicas, tal y como testimonian muchos textos históricos. La legislación eclesiástica aseguró la construcción de fundaciones filantrópicas, tales como hospitales, casas de caridad, asilos de ancianos e instituciones similares. La obra filantrópica de la Iglesia no era, sin embargo, tema de frío legalismo, que en teoría puede decir mucho pero en la práctica ser muy poco. Los creyentes no necesitaban leyes que los presionasen a manifestar su amor por el hermano que sufre. Desde el Obispo hasta el más simple de los creyentes, la filantropía constituía su atención diaria. En muchas ocasiones el Obispo se coloca al frente de sus fieles mostrando así el cuidado de toda la Iglesia por la filantropía. Toda la enseñanza ética de la Iglesia sobre la filantropía se desarrolló y fue incorporada a sus divinas liturgias, a los escritos patrísticos, a la enseñanza dogmática y a sus Cánones, y se unificó a todo ello.

No era raro encontrar a clérigos cuyo continuada atención diaria era ocuparse del hombre, del hombre considerado en su plenitud, y de lo que a éste afectase en su vida: Sus relaciones con la familia, con sus compañeros de trabajo, con la sociedad, con el Estado. Los Santos Padres de la Iglesia mostraban su atención por el hombre de diversas maneras y con diversas actuaciones. El desarrollo de la personalidad y dignidad de cada persona, joven y viejo, sano o enfermo, cristiano o no, era la principal ocupación de muchos clérigos y monjes. El camino que conduce a la divinización (θέωσις) final es la caridad-filantropía. Porque “tanto más ama uno a Dios, cuanto más se introduce dentro de Él”, tal como escribió Clemente de Alejandría (¿Quién es el hombre rico que se salvará?, cap. 27).

La filantropía estuvo muy desarrollada durante la época bizantina. Todos los grandes Padres de la Iglesia en su predicación recomendaban e incitaban la justicia y la realización de buenas obras. Los cristianos y la Iglesia hubieron de esforzarse en gran medida para el alivio de los desdichados y agobiados. Monumentos eternos de la cultura espiritual bizantina y particularmente de la conciencia social cristiana en los tiempos bizantinos son las diversas fundaciones benéficas y filantrópicas, las cuales fueron fundadas por la Iglesia y por el Estado y fueron inspiradas por el espíritu y el ejemplo luminoso cristiano eclesial.  Los grandes Padres fueron innovadores, introduciendo la organización sistemática de las fundaciones filantrópicas. San Basilio el Grande utilizó la herencia de los bienes de su madre, así como las grandes donaciones de sus amigos y conocidos ricos, y aún de su anterior enemigo el emperador Valente, para fundar un conjunto de instituciones: Hospital, orfanato, casa de ancianos, alberque para los viajeros pobres y los visitantes, y hospital particular para enfermedades contagiosas, conjunto en el cual se instaló el propio Basilio el Grande.

Con brevedad hemos de hacer referencia también a las leproserías, en las cuales encontraban atención los que padecían lepra, enfermedad muy extendida en aquellos tiempos. También era importante el número de orfanatos, los cuales estaban relacionados con los monasterios. San Gregorio el Teólogo (Homilía 42) hace referencia a éstos llamándolos “sistemas de huérfanos” (ὀρφανῶν συστήματα). Por último, los cristianos de los tiempos bizantinos se destacaban también en la obra misionera y filantrópica por excelencia, la salvación de aquellos que vivían una vida de pecado. Por este motivo fundaban las “casas de arrepentidas” (τάς Μετανείας), en las cuales se ofrecían las condiciones adecuadas para hacer retornar a la vida sensata a mujeres, las cuales vivían en pecado y del pecado.

La filantropía en tiempos posteriores continuó la brillante tradición de los tiempos pasados y sistematizó la obra social en todas sus formas. Toda esta obra fue desarrollada de manera importante y fue organizada por los diferentes países con la fundación de ministerios, instituciones y organismos especializados en el subsidio y la conciencia social.


Fuente: Arzobispado Ortodoxo de España y Portugal (Patriarcado Ecuménico)