martes, 21 de diciembre de 2021

Proclamación patriarcal para Navidad 2021


+ B A R T O L O M É

POR LA MISERICORDIA DE DIOS ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA-NUEVA ROMA

Y PATRIARCA ECUMÉNICO

AL PLÉROMA DE LA IGLESIA

GRACIA, MISERICORDIA Y PAZ

DEL SALVADOR CRISTO NACIDO EN BELÉN


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Hermanos concelebrantes y benditos hijos:


Habiendo llegado una vez más a la espléndida fiesta de la Natividad según la carne de nuestro Salvador Cristo, que nos visitó desde las alturas, glorificamos con salmos e himnos su celestial nombre. La Encarnación del Verbo eterno de Dios es la «coronación de nuestra salvación», el «misterio eterno» de la comunión divino-humana que trasciende toda razón. Tal y como afirma tan elocuentemente San Máximo el Confesor: «Como Dios amoroso, se hizo verdaderamente humano asumiendo la esencia de la humanidad, aunque el modo en que se hizo humano siempre permanecerá inefable; se hizo humano de un modo que trasciende la humanidad» [1].


La Encarnación divina, además de manifestar la verdad sobre Dios, revela la verdad y el destino último del hombre, nuestra deificación por la gracia. San Nicolás Cabasilas proclama teológicamente que Cristo «es el primero y el único que nos muestra al hombre verdadero y perfecto» [2]. Desde entonces, quienquiera que honra a Dios debe asimismo honrar al hombre, y quienquiera que mina al hombre deshonra asimismo a Dios, que asumió nuestra naturaleza. En Cristo, al hablar teológicamente sobre Dios, hablamos al mismo tiempo acerca del hombre. La imagen de Dios como adversario, tirano y castigador del hombre queda definitivamente abolida por la Economía Divina encarnada. Cristo es siempre, en todas partes y en todas las cosas la «negación de la negación» del hombre y el defensor de la libertad humana. La vida de la Iglesia, como la carne asumida por el Hijo y Palabra encarnada de Dios [3], representa, expresa y sirve a este misterio salvador de la divino-humanidad.


Con este «rehacer» de la humanidad y esta renovación de toda la creación en Cristo como estandarte, la Iglesia ofrece hoy el testimonio más adecuado ante cualquier acto que amenace la sacralidad de la persona humana y la integridad de la creación. Ella vive y predica la verdad acerca de la auténtica vida espiritual y la cultura del amor y la solidaridad. Al dar testimonio de «nuestra esperanza» [4], la Iglesia no considera de ninguna manera a la civilización contemporánea otra «Nínive pecadora» ni invoca contra ella, como hiciera Jonás, la ira divina para que sea destruida, sino que más bien lucha por la transformación en Cristo de la cultura. En nuestra época necesitamos imaginación pastoral, diálogo y no argumentación, participación y no abstención, hechos concretos y no teorías abstractas, recepción creativa y no rechazo general. Y todo esto no obra a expensas de nuestra espiritualidad y nuestra vida litúrgica, sino que revela la inviolable unidad de lo que llamamos las dimensiones «vertical» y «horizontal» de la presencia y testimonio de la Iglesia. La fidelidad a la tradición de la Iglesia no significa quedarse anclado en el pasado, sino usar la experiencia de dicho pasado de un modo creativo para el presente.


Este año que termina la humanidad se ha seguido viendo turbada por la pandemia de Covid-19. Damos gloria al Dios de misericordia, que ha fortalecido a los especialistas y científicos para desarrollar vacunas eficaces y otros medicamentos para hacer frente a esta crisis, y animamos a todos los fieles que aún no se han vacunado a que lo hagan y a que todo el mundo siga las medidas de protección emanadas de las autoridades sanitarias competentes. La ciencia, al estar al servicio del hombre, es un don precioso de Dios. Debemos aceptar con gratitud este don y no dejarnos llevar por las voces irresponsables de ignorantes y autoproclamados «representantes de Dios» y «consejeros espirituales de la verdadera fe» que, lamentablemente, se desacreditan a sí mismos mediante la ausencia de amor hacia sus hermanos, cuyas vidas exponen a un grave peligro. 


Honorabilísimos hermanos y queridísimos hijos:


Con la inquebrantable convicción de que la vida de cada uno de nosotros y el caminar de toda la humanidad están dirigidos por el Dios de la sabiduría y el amor, aguardamos con esperanza un venturoso año 2022 que, con independencia de los factores y acontecimientos externos, será para todos un año de salvación, pues en su trascurso el movimiento de la historia también está guiado por Cristo, que ama a la humanidad y cuida de todas las cosas, que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» [5].


Con la voluntad de Dios, en la Santa y Gran Semana de 2022 celebraremos el Oficio de Bendición del Santo Crisma en nuestro venerable Centro. Consideramos un regalo divino único para Nuestra Modestia ser considerados dignos de presidir este festivo y emotivo rito por cuarta vez desde el comienzo de nuestro ministerio patriarcal. ¡Gloria a Dios por todo!


Con estos sentimientos, adorando respetuosamente al niño Jesús nacido en Belén, dirigimos nuestros pensamientos hacia nuestros hermanos cristianos de allí y rezamos por la coexistencia pacífica y armoniosa de todos los que viven en Tierra Santa.


En este espíritu, os deseamos a todos, tanto los que estáis cerca como los que estáis lejos, un bendito período festivo y un nuevo año lleno de salud, fructífero en buenas obras y colmado de dones divinos con el favor del Señor, a quien pertenece la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


Navidad de 2021

                                                                                          +Bartolomé de Constantinopla

Fervoroso suplicante por todos ante Dios


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[1] Máximo el Confesor, ‘Varia’, ‘De la Virtud y el Mal’, Centuria I, 12. PG 90. 1184.


[2] Nicolás Cabasilas, ‘La vida en Cristo’. PG 150. 680–681.


[3] San Juan Crisóstomo, Homilía antes del Exilio. PG 52. 429.


[4] 1 Pe 3,15.


[5] 1 Tim 2,4.