viernes, 2 de febrero de 2018

Homilía del Archimandrita Demetrio para la fiesta del Santo Encuentro (02/02)


Esta fiesta, que ya existía en Jerusalén en la primera mitad del siglo IV, fue introducida para todo el Imperio Bizantino en el año 542, por Justiniano. En Oriente es considerada como una fiesta del señor, mientras que en Occidente es más una fiesta de la Santísima Virgen (La Candelaria).

Según la Ley de Moisés, la madre de un hijo varón debía presentar a su hijo en el Templo a los cuarenta días de su nacimiento y ofrecer un sacrificio como purificación. Este sacrificio tenía también un sentido de rescate, ya que todo primogénito se consideraba perteneciente a Dios.

Ahora bien, el sacrificio que María y José ofrecen por Jesús es sólo un rescate exterior. Interiormente, de hecho, Jesús seguía siendo el verdadero Primogénito del Padre y le pertenecía. No será Jesús el rescatado, sino que será él quien rescate a los demás y el precio que pague no será ni animales ni unas cuantas monedas, sino el de su propia sangre. De esta manera, Cristo se somete en todo a la Ley, tanto a los edictos del César como a la ley de Moisés; se somete a todas las autoridades legítimas que, por deseo o concesión divina, tienen poder sobre los hombres.

Hoy es también la fiesta de la obediencia. María y José obedecen la ley para seguir en comunión con Dios. En nuestros días hacemos muchos remilgos cuando se trata de obedecer o de educar a los hijos en la obediencia. Pero ¿cómo obedecerán el día de mañana en el trabajo o en cualquier ocasión si no saben obedecer a Dios? Hay momentos en los que hay que saber decir "no", de la misma manera que hay momentos para decir "si", como los síes felices de José y María. Como todos los padres María y José tuvieron que educar a su hijo. En la casa de Nazaret irá creciendo Jesús yendo desde la cocina de la madre al taller del padre, en la más total simplicidad oculta y silenciosa. Más tarde, el hombre de treinta años que nos llenará de admiración mostrará unos estos y unos sentimiento aprendidos en el hogar.

María y José, como centenares de parejas jóvenes a lo largo del año, subieron al templo para cumplir una obligación legal. En apariencia, nada había de importante en ese hecho. Muchas veces soñamos con salir de nuestra vida modesta para vivir algo extraordinario, pero esta escena, en la que una pareja de obreros obedece la ley, nos enseña que acontecimientos extraordinarios se pueden vivir con humildad. Esta escena nos hace pensar en nuestra vida familiar en la que nuestra situación no depende tanto de los sucesos, sino de nuestro propio corazón.

"Vayamos también nosotros...al encuentro de Cristo y acojámosle, adornemos nuestra casa...y recibamos a Cristo Rey...Acojamos a María, puerta del cielo". Este himno de la liturgia del día se aplica también a nuestra alma. Cada alma debería ser el Templo de Dios al que María lleva a Jesús. Cada uno de nosotros, como el Justo Simeón, debiera tomar en sus brazos al Niño y decirle al Padre: "Mis ojos han visto tu salvación". La oración de Simeón: "deja a tu siervo ir en paz" no significa sólo que quien ha visto a Dios y lo ha tenido en sus brazos pueda dejar este mundo y morirse en paz. Significa también que, habiendo visto y tocado al Salvador, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y, así, alejarnos en paz del reino del mal.

P. Archimandrita Demetrio (Sáez)